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miércoles, 3 de diciembre de 2014

LA ENTREVISTA A JUAN BELMONTE.
Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ. Veterinario y escritor.

Juan Belmonte había nacido en Sevilla el 14 de abril del año 1892.
Vistió por primera vez el traje de luces en Elvas (Portugal) el 6 de mayo del año 1909 a los 17 años.
En Sevilla se presentó sin picadores en agosto del año 1910, si bien la revelación como novillero fue el 21 de julio del año 1912 en novillada del Duque de Tovar formando terna con Larita y Posada.
La alternativa la toma en Madrid el 16 de octubre del año 1913 de manos de “Machaquito” y actuando como testigo Rafael “El Gallo” con el toro “Larguito” de Olea.
Una de las primeras entrevistas que le hicieron a Belmonte cómo matador de toros fue la realizada por José María Carretero para Nuevo Mundo el día 24 de julio de año 1915, cuando el torero contaba con 23 años.
La tituló:
JUAN BELMONTE O FASCINADOR DE TOROS.
Joselito y yo seremos dos buenos compañeros, aunque se empeñen en lo contrario.
Y decía así:
Belmonte por el defecto de su lengua, habla lentamente, pero con corrección. Cecea mucho y en el trato es todo lo contrario de lo que aparenta ser en la plaza. Charlando con él, desaparece el melancólico, el taciturno, el trágico del redondel, y se nos muestra bromista, risueño, alegre, superficial.
¿Cómo nació en usted la afición a los toros?
 -Hombre, eso sí que no puedo decírselo. Yo creo que lo llevaba  en la masa de la sangre. Allí en Sevilla, como usted sabe, existe la obsesión del toreo. No se vive más que para los toros. Todos torean. Raro es el camarero que mientras  le sirve a uno un chato de montilla o un ponche de café no le da  al parroquiano una verónica con el paño o un pase natural con la botella de agua,
¿Dónde toreó usted el primer becerro?
-Verá usted. Yo, ante la “banasta” era muy valiente, hasta el punto  que se me consideraba  como el “primer matador” pero los amigos  me decían: “Juaniyo, que jindama pasarías  tú delante de un becerro”.Yo la verdad también lo creía. Entonces, para cerciorarme bien, acordamos reunir entre todos un duro que costaba torear un becerro en la “Venta de Caraancha”; recuerdo que era tan grande mi deseo, que puse, además del mío, el dinero que les correspondía pagar a varios de los muchachos. Llegó el día…Yo, la noche anterior, la había pasado sin cerrar los ojos; no sé si de miedo o de ilusión. Nos soltaron el becerro. Usted no puede imaginarse lo grande que nos pareció. Ninguno salíamos a torearlo. Al fin yo me impuse al miedo y fui el primero que me dirigí al torete y le di una larga cambiada. Me resultó tan bien, que ya me creía un Lagartijo.
¿Usted ya había presenciado muchas corridas de toros?

-Ninguna. Yo he visto muy pocas corridas. La cuestión es que cuando chico me pasaba toda la semana reuniendo dinero perra a perra para ir a los novillos; pero llegaba el día de la corrida y me daba lástima gastarme de pronto la pesetilla que había conseguido juntar. Yo salí a torear formalmente sin haber presenciado más que una corrida de novillos.
¿Entonces, ¿Quién fue su maestro?
-Yo creo que el toreo no se enseña ni se aprende. El que sabe, sabe porque sí, y el que no, no hay Dios que le enseñe. Bueno; pues después de esta becerrada, nos reuníamos una pandilla de chicos y nos íbamos de noche a Tablada. Toreábamos desnudos, porque teníamos que atravesar el río a nado, dejando la ropa en la orilla. Y allí, a la luz de la luna o de un farolillo de acetileno, competíamos  en verónicas, en pases de pecho, y, sobre todo, en revolcones. Las verónicas eran mi especialidad. Muchas veces nos sorprendió el alba vendándonos las heridas que nos largaban las vacas.
¿Con qué toreaban?
-Con una blusilla que teníamos allí enterrada. Cuando estábamos llevando esta vida, se organizó una becerrada sin picadores y salí yo de matador. Me tocó un becerrote manejable y quedé como las propias rosas. Aquella fue la primera tarde que me llevaron en hombros a Triana. Se empezó a hablar de mí, y en una novillada benéfica consiguieron sacarme algunos amigos. Y no quiero acordarme de aquella tarde. Me tocó un toro veleto, que me quitó el tipo. ¡Que fatigas pasé! Yo ya estaba loco, extenuado, lleno de indignación: y abrazaba al cuello del toro, llorando, y lo abofeteaba. Por fin, me lo echaron al corral. Entonces, abandoné mis aficiones  taurinas, y con unas grandes desesperanzas me agarré al trabajo de bracero. Dos años estuve sin torear. Un día Calderón me sacó de mis casillas  Y volví al ruedo, dispuesto a quedar bien o a que un toro me calase definitivamente. Se dio una buena tarde. Tuve una racha de suerte y me bautizaron como “El fenómeno”
¿Cuáles son los toros que le agradan más?
-Me da igual. Los que salgan bravos. Yo no entiendo de toros una palabra. Dicen que los miuras son difíciles  y con miuras he logrado mis mayores triunfos. ¡Cualquiera sabe!
¿Cuál torero le gusta más?
-Usted no me va a creer, pero yo le juro por mi salud que yo no soy inteligente, ni en toros y en toreros. Todos los compañeros que alternan conmigo torean muy bien. Es más no me doy cuenta de si toreo bien o mal. Hago siempre lo que sé: unas veces gusta y otras no. El público sabrá por qué.
¿Es usted supersticioso?
-Nada absolutamente. Mi mejor amigo es un tuerto el cual me ha estado acompañando, mucho tiempo a todas las corridas. Era lo primero que veía por la mañana y al salir a la plaza.
¿Cuanto dinero lleva usted ganado?
-No sé; ahorrados unos cien mil duros.
Dicen que las  mujeres le traen a usted de cabeza.
-¡Hombre, si me gustan mucho. ¿A quien no le agrada una “gachí” bien puesta?
Dicen que Joselito y usted no son buenos amigos.

-Leyendas. Joselito y yo seremos dos buenos compañeros aunque los apasionados se empeñen en lo contrario. En la plaza ante la muerte, todos nos queremos bien, aunque cada uno defienda noblemente su puesto y procure quedar lo mejor posible. ¿Qué tiene que ver  lo uno con lo otro?
¿Qué aficiones  tiene usted  además de los toros?
-Acosar y derribar me gusta más que el toreo. Después leer y el cinematógrafo.
Nos detuvimos  en la Rosaleda. El trianero echó pie a tierra trabajosamente. En todos los coches  que pasaban se oía la misma exclamación: ¡Belmonte! ¡Belmonte el trágico!. Y él reía.

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