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jueves, 17 de junio de 2010

LO QUE DIJERON LOS TESTIGOS DE LA TRAGEDIA DE “MANOLETE”.



Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ. Veterinario y escritor.





Pepe Flores “Camará”:


El toro era, ciertamente, muy peligroso. Por eso cuando Manolo se acercó a mí, al coger estoque y muleta -como solía hacer siempre- para preguntarme cómo veía yo al miura, le aconsejé: El toro no es bueno. Échale la muleta abajo y procura dominarlo. Aquella faena que le hizo Manolo no era, ni mucho menos, la que el marrajo merecía.
Me encontraba muy distante de donde ocurrió la cogida. Concretamente en el otro extremo de la Plaza. Seguí la faena con emoción e inquietud, pues creí que en cada pase le iba a coger el toro. Por fin cuando le vi montar el estoque, respiré tranquilo. ¡Si Dios le había salvado hasta aquel momento, también le ayudaría en la suerte suprema! ¡Pero no fue así por desgracia!
Inmediatamente me di cuenta de la gravedad del percance. Salté la barrera y corrí hacia el lugar de la cogida. Aun en la enfermería, yo no quería creer que la herida fuera mortal.

Y ya desde ese momento no me separé del lado de Manolo. Junto a él compartí aquellas horas interminables de la madrugada del 29 de agosto.

Conversé con él, pues no perdió el conocimiento hasta minutos antes de morir. Me dijo que le había impresionado mucho la cogida y que por tratarse de un pueblo estaba más inquieto que otras veces.

Yo traté siempre de tranquilizarle, pero en el curso de la madrugada, ni una vez tan solo pronunció la palabra ¡Me muero!

¡Acabamos de perder el mejor torero de todos los tiempos!



Antonio Labrador “Pinturas”:



Aquel toro tenía mucho peligro. Hacía la arrancada fuerte, echaba la cara al suelo y al embestir la ponía por las nubes.

Intenté varias veces salir en auxilio del matador durante la faena porque veía el riesgo que estaba corriendo “Manolete”. Pero éste, enérgico, me echó para atrás.
“Manolete” entró a matar despacio. El toro echó la cara arriba y…sobrevino la cogida.
Corrí para hacer el quite y observé extrañado que “Manolete” se quejaba, cosa que nunca había hecho. Esto me impresionó vivamente y me hizo formar una idea de la gravedad del percance.

No hablé directamente con él en la enfermería. Pero le oí decir unas frases que no se me borrarán nunca. Después de practicada la primera cura, dijo: ¡Madre mía! ¡Dios mío! ¿Pero el toro habrá muerto de la estocada? ¡Y me habrán dado la oreja!

“Carnicerito de Úbeda” le contestó: Sí, las dos orejas y el rabo.

¡Aquello no es posible borrarlo dice “Pinturas”, lleno de emoción.

Gabriel González:


Yo estaba en un burladero detrás de donde “Manolete” realizó aquella meritísima faena. Desde los primeros momentos vi claramente el peligro que corría el matador. El toro era cobardón y de sentido, echaba la cara abajo, escarbando, y embestía descompuesto.
Al ocurrir la cogida, tuve ocasión de acudir de los primeros al quite y oir quejarse a “Manolete”.

Me salí con el toro “para afuera” mientras retiraban a Manolo, hasta que el bicho rodó sin puntilla.

Entré en la enfermería cuando estaban desnudando al matador. Después…ya lo vi muerto.



Rafael Saco “Cantimplas”:



El primo hermano de “Manolete” era el banderillero más antiguo de la cuadrilla.
Fuera de la barrera estaba yo, en terrenos de chiqueros, siguiendo el trasteo muleteril con tanto interés como impaciencia. El toro era manso, echaba la cabeza arriba y abajo y en cada pase se hacía temer una “esaborisión”.

Después de la cogida yo fui el primero que entró al quite. Cogí a “Manolete” en brazos, y ayudado por no se quién ni quienes lo entré en la enfermería. Me salí después, pues era tan tremenda la “hería” que el verla me dio miedo.

En la madrugada hablé con mi primo. Se lamentaba de su mala suerte. Se acordaba mucho de su madre. Pedía constantemente hielo y agua. Y un cigarrillo - ¡el último!- también me pidió. Se lo encendí. Le dio tres chupadas con pulso tembloroso. Le aconsejé que no siguiera fumando, que los doctores habían dicho que podía serle perjudicial. Me entregó el cigarrillo. Yo salí a acabar de fumármelo fuera de la habitación pues el humo le era molesto.

¡Pobre Manuel!



Bernardo Muñoz “Carnicerito de Úbeda”:



Iba por primera vez en esa temporada a las órdenes de “Manolete” por intermediación de D. Álvaro Domecq.

Vi lo peligroso que era el toro desde el primer momento. Yo estaba en el burladero más próximo a Manolo. Observaba como el toro cejaba, escarbaba y se vencía por ambos lados, con la natural impaciencia porque “Manolete” se quitara de en medio aquel “pajarraco”. Le alargué por dos veces el estoque de matar, las mismas que él me rechazó, enérgico.

Por fin, a la tercera vez aceptó y se perfiló de una manera que me hizo presentir la desgracia, pues a aquél toro no podía entrársele a volapié neto como Manolo hizo. Había que hacerlo con el brazo suelto y ligero como un rayo. ¡Y vino lo inevitable!

No le acompañé a la enfermería pues me tocó el trágico honor de cortarle a aquel toro las dos orejas y el rabo. Y no le corté la pata –que el público pedía- porque me entró por el cuerpo un “no sé qué”, como de angustia o de nerviosismo.

Después de recibir, emocionado, con las orejas y el rabo en las manos, la ovación que el público tributaba a “Manolete” entré en la enfermería.

Ya le habían taponado la herida. Su cara de cera denotaba que la muerte no se hará esperar.

“Manolete” me preguntó: “¿Ha sido muy grande la cornada, Bernardo? Yo evadí la respuesta. Entonces me dijo: “¿Me han dado la oreja?. Las dos y el rabo, Manolo y me retiré del lecho llorando de emoción.



Ramón Atienza (picador):



El toro recibió tres puyazos. Uno del reserva y dos míos. El manso empujaba y yo recargué todo lo que pude, tratando de restar fuerzas para la hora de la muleta. ¡Me multaron por castigar demasiado a aquél asesino!

Desde le primer momento el peligro que encerraba el toro y por eso quise castigarlo. “Manolete” que en otras ocasiones ha pedido el cambio de suerte, en esta puso una cara de contrariedad cuando sonaron los clarines.

A “Manolete” ya lo vi muerto. Y le lloré, acaso no tanto como se merecía. ¡Si era, señor, mas que nuestro padre!



Barajas “El Pimpi” (picador):



En “Islero” estaba “de puertas” por si era necesaria mi intervención.

Desde el primer momento me di cuanta que el torero corría un peligro evidente. Después…

Estuve con Manolo hasta que expiró. No me separé de su lado un solo momento.

Las cinco transfusiones de sangre las soportó con todos sus sentidos. Se quejaba y me decía: “Pimpi” no te vayas. Dios te pagará cuanto haces por mí”

¡Una tragedia! Yo, la verdad, en un principio no creí que la cornada pudiera costar la vida a nuestro gran torero.



Guillermo:



Es un muchacho del barrio de la Merced, de familia torera y muy amigo de “Manolete” que le acompañó en calidad de mozo de espadas.

El día de la tragedia se encontraba a unos diez metros de distancia, entre barreras de Manolo.

Al “Pelu” y a “Pinturas” les dije varias veces que anduvieran con cuidado. Y cuando Manolo montó el estoque no pude contener un grito: “Aligera y con el brazo por delante”.

Manolo quiso hacer la suerte con toda honradez y sobrevino el percance.

Fui el primero en llegar a recoger al torero. Creo que con “Cantimplas”, “Camará”, “Sevillano” y algún otro le llevamos a la enfermería. Yo no pude , no quise entrar pues me atenazaba la congoja y preferí no verlo –hasta verlo muerto- a dar un mal rato a quien tanto quise…

¡No tuve valor para soportar tan mal momento!



“Chimo”:



Era el mozo de estoques de “Manolete”.

No le pilló de sorpresa la cogida. El toro estaba fuera del tercio, y Manolo le entró a matar en la suerte contraria. Le di dos voces de que no entrara a matar en aquel terreno. Pero la fatalidad vino a hacer el percance inevitable.

En la enfermería Manolo me dijo: “Me veo más enfermo que me he visto nunca, “Chimito”, avisa a tu amigo”. Mi amigo era el doctor Giménez Guinea.