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lunes, 5 de abril de 2010

LA FÁBULA POÉTICA TITULADA “EL TORO Y LA RANA”.

Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ. Veterinario y escritor.

Hubo un tiempo en que muchos escritores con vena poética tuvieron a bien escribir fábulas. Una muestra de ello es esta composición de la que es autor Roberto de Palacio.

Retratada su faz noble y altiva
en el manso correr de linfa clara,
un gallardo berrendo, capirote,
de cabello sedoso y gran romana,
remos finos , se sangre y muy bien puesto,
y una rana de tonos esmeralda,
de ojos grandes y vivos, y pie breve,
rana, en fin, que parece que no es rana,
y, según malas lenguas, no es ajena
a la pasión ardiente que embriaga
al cuatreño andaluz, están de monos
por si es ella o si es él el algo rana.
¡Cuantas noches en días de verano
la luna sorprendió a la enamorada
pareja desigual en dulce arrobo…!
Ya era el toro el que estático escuchaba
con el cuello inclinado, las orejas
erguidas y anhelosa la mirada,
las razones discretas de la diva
de pantanos, riberas y de charcas;
pero ella, que, como de costumbre,
en su baño de asiento disfrutaba,
y se reía y reía, a los mugidos
de su amado, y los oía ¡tan sentada!
¡Cuantas veces también aquellos dúos
amorosos trincábanse en borrasca!
Tal sucede en el punto de mi cuento,
y así dice la fembra con su charla:
-Tú eres grande y hermoso, no lo niego;
tu estirpe es noble, tu fiereza innata;
son perfectas las formas de tu cuerpo;
es tu pelo la envidia de las ranas
(pues sin él nuestro honor sufre mil burlas);
es hermosa en verdad tu frente amplia.
¿Yo casarme contigo? ¡Ni en broma!
-¿Acabaste por fin, ranilla insana?
-mugió el toro feroz, ardiendo en ira
y avanzando hacia el charco sus manazas
¿Pensaste por acaso, vil anfibio,
que pudiera aguantar tanto miraza?
¿Por ventura has soñado que tu rostro,
deforme y achatado, me entusiasma,
y que iba a resignarme a tener hijos
con tal vientre quizá y tal bocaza,
y, además, condenados de por vida
a estar los pobrecitos con el agua
al cuello, como tú, rana infelice?
No, no temas, indigna de mis astas,
que te obligue brutal; ¡si sólo vales
para el hombre, y no más que tus ancas!
Eso dijo el cuatreño y alejóse
en tanto que gemía la cuitada
.