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jueves, 26 de junio de 2008

LA INVOLUCIÓN DEL TOREO.

Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ. Veterinario y escritor.


Que el toreo en sus dos facetas fundamentales, rejoneo y lidia a pie, está sufriendo una involución, ¡no me cabe la menor duda! Pero es que va con la involución de los tiempos actuales, donde parece que todo vuelve a sus orígenes, como si la evolución lograda se hubiera “pasado de rosca” tanto, que hubiera llegado al límite y ya fuera incapaz de seguir avanzando más.
Naturalmente si no hay progreso, vendrá un “parón” que conlleva la “marcha atrás” o “INVOLUCIÓN”.
En cuanto a rejoneo se refiere, hubo una época importante donde sobresalieron rejoneadores tan clásicos en su quehacer como Landete o el duque de Pinohermoso quienes, toreando por delante sin quebrantar en exceso a los toros, les clavaban los castigos y adornos en el sitio adecuado, con cadencia al galope corto de sus jacas,.
Después vinieron nuevos rejoneadores que trajeron evolución en forma de nuevas suertes como podían ser las banderillas cortas colocadas de forma continuada o la suerte de rosa donde había que inclinarse sobre la silla para llegar con la mano al pelo del morrillo del toro.
Más tarde vino la revolución con rejoneadores que aceleraron la carrera de sus caballos al máximo, para realizar delante de la misma cara del toro, piruetas, quiebros, corbetas y demás lances mezcla de doma clásica y vaquera, para seguidamente castigar a los astados con rejones de castigo y adornarse no, con banderillas a dos manos clavadas al estribo, sino en banderillas ejecutadas al violín casi saliéndose de esas evolucionadas sillas de montar portuguesas donde cabalgan prácticamente encajados entre los borrenes enormemente ampliados que se adaptan en perfecta ergonomía a las "posaderas" del jinete.
Pero como ya estas evoluciones no encandilan al público asistente -cada vez más lerdo en cuestión taurina-, no hay más remedio que seguir evolucionando hacia números circenses entre los cuales están incluidos "síndromes hidrofóbicos" tales como que el caballo muerda al toro en el morrillo, cuando éste le ataca, porque los mordiscos del caballo al toro es más noticia que el toro hiera al caballo.
Y esto ya no es una evolución, es una involución en el momento en que una monta sobria, elegante, reunida y pausada como la que hacía perfectamente Buendía, no levante pasiones y haga difícil el corte de orejas, más propicias a la petición por parte de ese público desconocedor del arte del rejoneo, cuando el caballo da mordiscos al toro, acto que no está exento de peligro para el caballo y jinete.
En el toreo a pie viene a ocurrir lo mismo, pues la evolución no ha ido del lado de progresar hacia un arte taurómaco realizado con limpieza y pulcritud debido a una depurada técnica de colocación y conocimiento de las reacciones del toro, hasta el extremo de regresar al hotel con el traje tan inmaculado como cuando salió del mismo camino de jugarse la vida en la plaza con empaque y elegancia. Ahora no hay “Petronio del toreo”
Ahora con la involución, el torero triunfa y levanta pasiones cuando es cogido repetidamente y acaba como un "ecce homo" según frase del gobernador Poncio Pilatos cuando presentó a la multitud enfebrecida a Jesús de Nazaret, flagelado, atado y coronado de espinas en estado físicamente maltrecho.
Porque el “gentío de los toros” no comulga con el arte sino con el morbo, el marketing y la tragedia al igual que los que asistían al circo romano a ver pelearse a los gladiadores con las fieras.
Y si a esta involución, añadimos el ritual del torero en que éste ha realizado el paseíllo “casi por libre”, aunque siguiendo la querencia de los compañeros de terna para encaminarse a Presidencia y no “perder el norte” como le ha ocurrido en alguna ocasión presenciada por nosotros, mas morbo y más parafernalia que añadir a esta incomparable fiesta de otros tiempos.
¿Concentración al máximo ante este rito? que lleva a una mirada ausente y a un caminar desmadejado hasta que despierta cuando toma el capote y echándolo detrás de su cuerpo ejecuta las gaoneras como lance más expuesto de capote, para seguir con los naturales como pase rey de muleta, donde sin mover un músculo va aguantando impávido las idas y venidas de un toro que con sus cuernos va deshilachando los bordados de oro de su taleguilla y finalmente a la hora de la verdad se olvida, en demasiadas ocasiones, de dar salida a su oponente con la mano izquierda cuando la derecha busca en derechura los blandos.
Creo que de una técnica depurada en la lidia de los toros se ha pasado a un dramatismo que es lo que mueve a las masas a ir no a una plaza de toros sino a un circo romano a ver sangre llevadas por el morbo de las cogidas, porque en lo más recóndito de sus corazones, estas masas lo que quieren es que el ídolo se caiga, para nuevamente elevar al pedestal a otro nuevo que ellas mismas crearán, para luego cuando esté en lo más alto lanzarlo desde el campanario para que se estrelle sobre el suelo.
¡Es la involución! Sin duda alguna.